Comienza el día, las ganas de quedarse un rato más en la cama. El tacto del edredón calentito.
Apagar el dichoso despertador que se ha caido y que nos hace salir de la cama en su búsqueda.
No escuchar un ruido, todo está en silencio, es demasiado pronto,
Poner música al mínimo volumen y parecer que suena a toda pastilla.
Buscar la canción más lenta del reproductor, entre paseos al baño y al zapatero.
Se oyen persianas que también despiertan.
Olor a café caliente, mientras las puertas del armario abiertas de par en par, nos hacen ver qué ropa elegir hoy. Yo tomo zumo. Y salgo corriendo al bus. Olvidándome siempre de algo.
(Despertar, es poner en práctica los 5 sentidos, sin haber cruzado la puerta de casa.)
Al fin y al cabo, un año son 365 (o 366) amaneceres.
Del resto del día y de la noche nos encargamos de moldear a nuestra manera.
Yo no puedo hacer balance de todos ellos. Los hize a mi modo. Y no hay vuelta.
Orgullosa de haber tenido 365 despertares, algunos duros, otros demasiado bonitos, ¿mágicos?
Y me encanta pensar que se avecinan otros tantos, sin miedo de dejar cosas atrás.
Las cosas no se pierden, se van. Irremediablemente.
Y las que de verdad quedan, sobretodo en la memoria, son con un amanecer bonito.
Que 2011 tenga un precioso amanecer.
El mío sonará asi: